Más de dos meses han tenido que
pasar para reunir el valor y las ganas de escribir este post. Tenía la
esperanza de poder ilustrar una historia positiva, donde triunfara el amor y
las perdices fueran el plato del día. Ya me gustaría, pero la respuesta es no. Que
no se hace realidad lo que esperas. Conforme va pasando el tiempo, los
problemas en la relación de pareja a distancia, lejos de solventarse, se agravan.
Cada día que pasa es peor que el anterior. Los mensajes se malinterpretan cada
vez con más frecuencia. Donde uno pone “buenas noches”, el otro interpreta que
pasa de escribir más. Si uno no escribe en dos horas, el otro piensa que está
pasando de él. Cada conversación vía Skype se convierte en un tribunal donde no
sólo hay que contestar adecuadamente a cada pregunta formulada, sino que la
expresión de la cara y el tono de voz juegan un papel primordial para no
ofender al que está al otro lado de la pantalla. No es una cuestión de que
ambos estén distintos o que ya no se quieran. Es que los dos se sienten
agotados por el desgaste que supone no tener cerca a la persona querida y no
ver la luz al final del túnel.
Ambos se resignan a tirar la toalla,
pero saben que en algún momento deben hacerlo. Da pavor tomar la decisión de
rendirse ante la inviabilidad de la relación. Finalmente, uno de los dos se
arma de coraje y da el paso. Los dos rompen de dolor y de rabia, por no haber
sabido hacer llegar a buen puerto ese crucero del amor en el que embarcaron con
toda la ilusión del mundo y que, lamentablemente, no llegará a su destino. Hay
amor, ternura, complicidad, pasión… todo lo necesario para que una relación
funcione. Pero si no se está piel con piel, todo eso acaba por desvanecerse.
Y en ese momento, aparecen las duras
consecuencias. Generalmente, la persona que no ha tomado la decisión de
abandonar la cruzada amorosa, no asume que la historia ha terminado y se
resiste usando sus armas. Utiliza el chantaje emocional para hacer ver a la
otra persona lo equivocada que está y que debe esperar a que la solución llegue.
Una técnica muy utilizada es enviar fotos donde los dos salen felices. Quizás
de algunas vacaciones (aunque seguramente cinco minutos antes de hacer la foto
estaban teniendo una bronca. Pero eso se olvida…), o alguna fecha señalada tipo
San Valentín o un cumpleaños. Otra puede ser la de presentarse de manera
espontánea en la casa del otro para demostrar cuánto le importa. El efecto de
este recurso dura aproximadamente 24 horas. Lo justo para desatar la euforia
inicial por verse después de equis tiempo, y darse cuenta de que en breve se
volverán a separar, devolviendo la tristeza y sensación de injusticia a sus
vidas. Ya no es una cuestión de dinero ni de tiempo. Puedes pasarte todo un año
viajando todos los meses para encontrarte con tu pareja, pero cuando llegas a
casa tu soledad te está esperando. Y no tiene ni el detalle de hacerlo con la
cena hecha.
Pues bien, cuando la separación ya
es una realidad, nos enfrentamos a otro hecho traumático: la pérdida del
contacto. Dos personas que viven en ciudades o incluso países distintos no se
encontrarán por la calle para tomar un café, ni quedarán para charlar de forma
casual o abrazarse para desahogarse. Por tanto, si se corta el hilo de comunicación
que les une, todo se acaba. No más mensajes de chat, ni llamadas, ni
videoconferencias. Es curioso el uso del término separación porque, en realidad, ya estaban separados. Pero gracias
a la tecnología y con mucha, pero mucha voluntad, se mantiene la ilusión de
compartir tu vida con una persona que te demuestra que te quiere a pesar de los
kilómetros que os separan. Es por ello que, de un día para otro, no saber nada
de la que hasta ese instante era tu pareja, es inconcebible. Así que siguen
hablando, mensajeándose, se consuelan, se dicen que se echan de menos… vamos,
que hacen lo mismo que el día anterior,
sólo que ya “oficialmente” no están juntos. ¿Pero qué juntos? ¡Si lleváis meses
separados! Esto que parece surrealista es real como el agua de los charcos. A
partir de ese momento de ya no estar, pero seguir hablando, el desasosiego se
puede convertir en una obsesión más grande que la distancia en sí. La razón es
que cada uno ya puede hacer su vida, el otro no lo ve y la desconfianza se
convierte en reina. No hay que dar explicaciones, pero se piden. No se quiere
saber, pero se pregunta. No se espera, pero se exige. Es un juego muy peligroso
en el que uno se atormenta pensando en lo que estará haciendo el otro y el
interrogado, que igual no sale de su casa ni para dar un recado, es acusado de
pasar de todo porque se intuye que tiene otros asuntos (por no decir una tercera
persona). La presión puede ser tan fuerte que acaba creándose incluso un sentimiento de culpabilidad simplemente por tratar de sentirte bien otra vez, después de ver como tus planes se desmoronan. Muy bonito todo.
¿Solución? No se puede decir que es poner
tierra de por medio porque eso ya existía. Pero cortar la comunicación por un
tiempo es fundamental para que ambos asuman la nueva situación y, si así lo
estiman conveniente, rehacer sus vidas cómo y con quien mejor les plazca. Mi amplia experiencia en el terreno de las relaciones a distancia me dice que no hay que
forzar las cosas y que, si las circunstancias cambian, se podrá volver a plantear
el volver a estar juntos, siempre y cuando sea factible y haya aún sentimiento
verdadero. Lo demás es perder el tiempo.
Hoy la vida te enseña que si vas a pasar una temporada fuera, no te
traigas una relación a distancia como souvenir. Mejor tráete el recuerdo de una
bonita historia. O si no, un imán para la nevera.